LITERATURA
Daína Chaviano y la ciencia ficción
Por Luis Rafael
Cuentan sus amigos que la adolescente Daína Chaviano (La Habana, 1957) era fantasiosa y creía en su universo mágico al punto de pintar avisos para los extraterrestres en la azotea de su casa de la calle 68 en el barrio habanero de Miramar. Por entonces comenzó a escribir poemas eróticos y publicó sus primeros cuentos. A los veintidós recibe el Premio David de Ciencia Ficción porLos mundos que amo, una colección de relatos escritos entre los 15 y los 19 años, que tuvo un éxito extraordinario en la Isla, al punto de ser adaptado a la radio y, en una versión como fotonovela, vender doscientos mil ejemplares en menos de dos meses, iniciando el boom de la ciencia ficción en Cuba.
Recuerdo que me ponían de ejemplo de escritora precoz a Daína, cuando comencé a frecuentar el Instituto Cubano del Libro; también que mi hermana y mis primos (lectores de la ciencia ficción rusa que nos llegaba a raudales gracias a las publicaciones soviéticas) se pasaron los libros de la joven escritora, que contrastaban con la literatura del realismo socialista. Amoroso planeta (cuentos, 1983), Historias de hadas para adultos (noveletas, 1986), Fábulas de una abuela extraterrestre (novela, 1988; Premio Internacional de Fantasía Goliardos, México 2003) y El abrevadero de los dinosaurios (cuentos, 1990) gustaron a adolescentes, jóvenes y adultos; y abrieron el camino a la popularización de un género que si bien había tenido precedentes en Cuba era marginal.1
Licenciada en Lengua y Literatura Inglesa, Chaviano se nutrió de autores europeos y anglosajones como Margaret Atwood, Milan Kundera, Ray Bradbury, Michael Ende, J. R. R. Tolkien. En su narrativa se aprecia la mixtura entre lo fantástico y lo científico, su búsqueda de respuestas más allá de las apariencias de la realidad, de la que se evade intencionalmente.(…).
TRADUCTOLOGÍA
… pero no tanto
Por Gonzalo García
Sí sé que hay una tendencia a eliminar el tabaco de los libros infantiles y quizá hasta haya una legislación al respecto, en este mundo nuestro hiperregulado; y me consta que esto afecta a la nueva creación, como filtro políticamente correcto, pero también a las reediciones. Así, a los cuarenta años de haberse publicado las aventuras de Jim Knopf (Jim Botón), de Michael Ende, Deutsche Post sacó un sello en el que no hay traza alguna de la característica pipa de Lucas el maquinista. Este sello fue asimismo la cubierta de una edición conmemorativa que resulta tan alegremente conmemorativa como torpemente esquizofrénica, ya que, a la vista de todos, fumar mata, mientras que de guardas a guardas, a lo largo de las 530 páginas del libro, no mata lo más mínimo. O tal vez ya no bastó el coraje para eliminar también las fantásticas ilustraciones de F. J. Tripp, asociadas para siempre con este libro, quizá el más fresco y perdurable de Michael Ende. Para una futura reedición castellana, se me ocurre un cambio baratito, que Word mismo te lo hace y sin darte guerra con los derechos de autor: eliminar una a. Así pasaríamos de la pipa a un significativo y vetador pitido.(…).
PROFESIÓN
La historia interminable
Por Carlos Fortea
«Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca!».
Esto es lo que Michael Ende, en boca de Bastian Baltasar Bux, en boca de Miguel Sáenz, desea en La historia interminable.
Bastian tenía que haberse dedicado a la traducción, tal vez lo hizo después de que Atreyu recorriera «provincias lindantes con el silencio». Tal vez en ese momento descubrió que la verdadera historia interminable es la que contamos nosotros, repitiendo una y otra vez el cuento ajeno con la ilusión de que será una y otra vez nuevo, y, por una única vez, nuestro, en el ejercicio de propiedad más fugaz que existe.
Una historia que no se acaba nunca… ¿Se refiere tal vez a la traducción deRomeo y Julieta? La Biblioteca Nacional recoge veinticuatro intentos, sin contar versiones y adaptaciones, entre 1872 y 2011, lo que, si esto fueran matemáticas —que por fortuna están lejos de ser—, daría una vida media de cada traducción de menos de seis años.
Una historia que no se acaba nunca… ¿Se refiere tal vez a la traducción delFausto de Goethe? Esta empresa se ha intentado en veintiséis ocasiones distintas entre 1864 y 2010, con una vida media curiosamente idéntica a la de la anterior (y algunos nombre idénticos entre los autores de ambas empresas, dicho sea de paso).
Cualquier espectador ajeno a esto pensaría, en cualquier caso, que si de algo da testimonio un número tan alto de intentonas es de una notable insatisfacción… algo debía estar mal en todos los textos que se iban sucediendo para que tantos traductores pensaran que había que mejorar el listón alcanzado por sus predecesores y poner de una vez a disposición de sus —¿colingües? ¿coparlantes?— esa obra gloriosa que sus conocimientos de una lengua extranjera habían puesto a su alcance por puro azar.
Esta bella idea ignora una de las más oscuras vertientes de la personalidad del traductor: la de un ser que es presa de una pasión inconfesable. Queremos traducir, y queremos traducir lo más grande. Queremos dar voz a los vivos y a los muertos, pero sobre todo queremos repetir con nuestras palabras las palabras más bellas, los instantes más grandes de la memoria colectiva, los que han determinado nuestra memoria: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…» quieren repetir los lectores de Gabriel García Márquez que traducen a todas las lenguas que no son español, y quieren repetirlo cada uno de ellos, no quieren simplemente que se repita, sino repetirlo, sentir en la garganta ese momento inefable en que eres tú, y ningún otro, el que dice: «Soy Aragorn, hijo de Arathorn, de la casa de Valandil…»
Y las palabras son tuyas. Pasión oculta, pasión innombrable.
Pasión humilde. Condenados a repetir, a veces no osamos alterar las palabras que la tribu ya ha hecho suyas, ni siquiera en el caso de que pensemos que tal vez no fueron bien pronunciadas la primera vez que se pronunciaron en nuestra lengua. Han quedado grabadas demasiado a fuego en la memoria de nuestra tribu, son ya demasiado inherentes a la más interminable de las historias. La de ese constante repetir la voz de un puñado de gigantes al que damos el nombre de traducción.
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